Nuestra filosofía de ministerio

Lee el siguiente artículo y después reflexiona en las preguntas al final del texto.

Moverse de la soledad a la comunidad y luego al ministerio

Por Henri Nouwen

Discipulado y disciplina son la misma palabra, y eso siempre me ha fascinado. Una vez que has tomado la decisión de decir: “Sí, quiero seguir a Jesús”, la pregunta es: “¿Qué disciplinas me ayudarán a mantenerme fiel a esa decisión?” Si quieres ser discípulo de Jesús, debes vivir una vida disciplinada.

Por disciplina, no me refiero al control. Si yo conozco la disciplina de la psicología o de la economía, tengo un cierto control sobre una área de conocimiento. Si yo disciplino a mis hijos, quiero tener un poco de control sobre ellos. 

Pero en la vida espiritual, la palabra disciplina se refiere “al esfuerzo para crear un espacio en el cual Dios pueda actuar”. Disciplina significa evitar que tu vida se sature. Disciplina presupone que hay espacios de tiempo en tu vida en los que no estás ocupado ni preocupado. En la vida espiritual, la disciplina significa crear ese espacio en donde puede suceder algo con lo que no contabas o que no tenías planeado.

Creo que existen tres disciplinas que son importantes para que te mantengas fiel, de manera que no solo te conviertas en discípulo, sino que permanezcas como tal. Estas disciplinas se encuentran en un pasaje de las Escrituras con el que seguramente estás familiarizado pero que tal vez nunca has relacionado con la disciplina. 

“En aquellos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien llamó Pedro; Andrés, su hermano; Santiago; Juan; Felipe; Bartolomé; Mateo; Tomás; Santiago, hijo de Alfeo; Simón, llamado el Zelote; Judas, hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda Judea, Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y curarse de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lucas 6:12-19).

Esta es una historia hermosa que comienza en la noche, continúa por la mañana y finaliza por la tarde. Jesús pasó la noche en soledad con Dios. Por la mañana, se reunió con sus apóstoles y formó una comunidad. Por la tarde, salió con sus apóstoles a predicar la Palabra y a sanar a los enfermos. 

Nota el orden: de la soledad a la comunidad, y después al ministerio. La noche es para la soledad; la mañana para la comunidad; la tarde para el ministerio.

En el ministerio a menudo había querido hacerlo yo solo. Si no funcionaba, iba con los demás y les decía: "¡Por favor!" buscando una comunidad que me ayudara. Si eso no servía, tal vez empezaba a orar.

  Pero el orden que Jesús me enseñó es al revés. Se comienza por estar con Dios en la soledad; después se crea una hermandad, una comunidad de personas con las que se está viviendo la misión, y por último, esta comunidad sale junta para sanar y para proclamar las buenas nuevas.

  Creo que la soledad, la comunidad y el ministerio se pueden ver como tres disciplinas en las cuales creamos un espacio para Dios. Si creamos ese espacio en donde Dios pueda actuar y hablar, sucederá algo sorprendente. Si queremos ser discípulos, tú y yo somos llamados a estas disciplinas.


La soledad

La soledad es estar con Dios y solo con Dios. ¿Hay algún espacio para eso en tu vida?
¿Por qué es tan importante estar en la cima de la montaña con Dios y solo con Dios? Es importante porque es el lugar en donde puedes escuchar la voz de Aquel que te llama el amado. Orar es escuchar a Aquel que te llama "mi hija amada," "mi hijo amado," "mi niño amado". Orar es permitir que esa voz hable al centro de tu alma, a tus entrañas y dejar que resuene en todo tu ser.

¿Quién soy yo? Yo soy el amado. Esa es la voz que Jesús escuchó cuando salió del río Jordán: "Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia". Y Jesús te dice a ti y a mí que somos amados como Él es amado. Esa misma voz está ahí para ti. Cuando no buscas esa voz, no puedes caminar libremente por este mundo.

Jesús escuchó todo el tiempo esa voz, y fue capaz de andar por el buen camino. La gente le aplaudía, se burlaba de Él; lo alababan y lo rechazaban; gritaban "¡Hosanna!" y gritaban "¡Crucifíquenlo!" Pero en medio de eso, Jesús sabía una cosa: yo soy el amado, yo soy el favorito de Dios. Y se aferró a esa voz.

Hay muchas otras voces a nuestro alrededor: "Demuestra que eres el amado", "Demuestra que vales la pena", "Demuestra que tienes algo que aportar", "Haz algo relevante", "Asegúrate de obtener reconocimiento", "Por lo menos busca un poco de poder, entonces la gente dirá que te quiere, que eres maravilloso, que eres una gran persona".

  En el mundo, estas voces son muy fuertes. Esas fueron las voces que Jesús oyó justo después de que escuchó: "Tú eres mi amado". Otra voz dijo: "Prueba que eres la persona amada. Haz algo. Cambia estas piedras en pan. Asegúrate de tener fama. Salta desde el templo, y te darás a conocer. Usa un poco de tu poder para que tengas una influencia real. ¿Acaso no la deseas? ¿No es eso a lo que viniste?".

Jesús dijo: "No, no tengo que demostrar nada. Ya soy la persona amada".

  Me encanta la pintura de El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt. El padre abraza a su hijo, abraza a su hija, los toca y les dice: "Ustedes son mis amados. No los voy a cuestionar. Dondequiera que hayan ido, lo que sea que hayan hecho y lo que la gente haya dicho, ustedes son mis amados. Están a salvo en mi abrazo. Los toco. Están seguros bajo mis alas. Ustedes pueden venir a casa con aquel cuyo nombre es Compasión, cuyo nombre es Amor”.

Si mantienes esto en mente, puedes enfrentar una enorme cantidad de éxito, así como una enorme cantidad de fracaso, sin perder tu identidad. Porque tu identidad es que eres la persona amada. 

Mucho antes de que tus padres, tus hermanos, tus maestros, tu iglesia, o cualquier persona te tocara de manera amorosa o hiriente y mucho antes de que fueras rechazado o elogiado por alguien más, esa voz ha estado allí: "Yo los he amado con un amor eterno". El amor está ahí desde antes que nacieras y estará allí después de tu muerte.

  Una vida de cincuenta, sesenta, setenta o cien años es solo un pequeño instante en el que puedes responder: "Sí, yo también te amo". Dios se ha hecho vulnerable, pequeño y dependiente en el pesebre y en la cruz y nos dice: "¿Me amas? ¿Me amas? ¿Realmente me amas?".

  Ahí es donde comienza el ministerio, porque tu libertad se basa en pedir su amor. Eso te permite entrar en este mundo y tocar a las personas, curarlas, hablar con ellas y hacerlas conscientes de que son amadas, elegidas y bendecidas. 

Cuando descubres que eres el amado de Dios, verás a los demás también como amados de Dios.  En el amor de Dios hay un increíble misterio: mientras más amado te sabes, más te das cuenta de cuán amados son tus hermanos y hermanas. 

Ahora bien, esto no es fácil. Jesús pasó la noche en oración. Esa es una imagen de que la oración no es algo que siempre se siente. No es una voz que siempre se oye con los oídos o una revelación que viene de repente a tu mente. El corazón de Dios es mayor que el corazón humano, la mente de Dios es mayor que la mente humana y la luz de Dios es tan grande que puede cegarte y hacerte sentir como si estuvieras en medio de la noche.

Pero hay que orar. Tienes que escuchar la voz del que te llama: “Mi amado”, porque de lo contrario, irás por la vida rogando recibir  afirmación, alabanza y éxito. No serás libre.

Oh, si pudiéramos sentarnos media hora al día sin hacer nada más que tomar una simple frase del Evangelio y ponerla delante de nosotros, por ejemplo: "El Señor es mi pastor, nada me faltará". Aunque la repitamos tres veces,  sabemos que no es verdad en nosotros, porque queremos muchas cosas. Es por eso que estamos tan nerviosos. Pero si seguimos diciendo la verdad, la verdad real: "El Señor es mi pastor, nada me faltará," y dejamos que esa verdad baje de nuestra mente a nuestro corazón, poco a poco esas palabras se escribirán en las paredes de nuestro santuario interior. Este se convertirá en el espacio donde podremos recibir a nuestros colegas, nuestro trabajo, familia y amigos, y a la gente con la que nos reunimos durante el día.

El problema es que, tan pronto como nos sentamos y nos quedamos en silencio, pensamos: “¡Oh, se me olvidó esto! Debo llamarle a mi amigo. Más tarde voy a verlo”. Nuestra vida interior es como un árbol de plátanos lleno de monos que saltan de arriba a abajo.

No es fácil sentarse y confiar en que Dios te hablará en la soledad. No como una voz mágica, sino que gradualmente te revelará algo a lo largo de los años. Y en esa palabra de Dios encontrarás el lugar interior desde donde vivirás tu vida.

El ministerio espiritual comienza en la soledad. Ahí es donde Jesús escuchó a Dios. Ahí es donde nosotros escuchamos a Dios.

A veces pienso en la vida como una gran rueda con muchos radios, pero todos parten del centro. A menudo en el ministerio, parece que estamos corriendo por todo el rin para tratar de alcanzar a todo el mundo. Pero Dios dice: "Comienza en el centro; vive en el centro. Después te conectarás con todos los radios, y no tendrás que correr tan rápido”.


La Comunidad

Es precisamente en el centro, en esa comunión con Dios, que descubrimos el llamado a la comunidad. Es notable que la soledad siempre nos llama a la comunidad. En la soledad te das cuenta de que eres parte de una familia humana y que todos quieren realizar algo juntos.

Al hablar de comunidad no me refiero a comunidades formales. Me refiero a las familias, amigos, iglesias, programas de doce pasos y grupos de oración. La comunidad no es una organización, es una forma de vida. Es reunirte con la gente con la que quieres proclamar la verdad: que somos los hijos amados de Dios.

  La comunidad no es fácil. En una ocasión alguien dijo: "La comunidad es el lugar donde vive la persona con la que menos quieres vivir". En la comunidad de Jesús con los doce apóstoles, el último de la lista lo iba a traicionar. Esa persona siempre está en alguna parte de tu comunidad; a los ojos de los demás tú podrías ser esa persona.

Yo vivo en una comunidad que se llama Amanecer. Es una de las más de cien comunidades alrededor del mundo en donde niños, hombres y mujeres mentalmente discapacitados, así como sus cuidadores, viven juntos. Compartimos todos los aspectos de la vida. Nathan, Janet y todas las demás personas de nuestra comunidad saben lo difícil y lo hermoso que es vivir juntos.

 ¿Por qué es tan importante que la soledad se encuentre antes de la comunidad? Si no sabemos que somos los hijos amados de Dios, tendremos la tendencia a esperar que alguien de la comunidad nos haga sentir así. Buscamos que alguien nos dé ese amor perfecto e incondicional. Pero ellos no pueden cargar con esa responsabilidad.

  La comunidad no es una persona solitaria, aferrada a otra persona solitaria: "Estoy muy solo y tú estás muy solo”. Más bien debemos decir: "Yo soy el amado, tú eres el amado, juntos podemos construir un hogar”. 

A veces hay cercanía y es maravilloso. A veces no se siente mucho amor y es difícil. Pero podemos ser fieles. Podemos construir juntos un hogar y crear un espacio para Dios y para los hijos de Dios.

Dentro de la disciplina de la comunidad se encuentran las disciplinas del perdón y la celebración. El perdón y la celebración son los que forman una comunidad, ya sea un matrimonio, una amistad, o cualquier otra forma de comunidad.

¿Qué es el perdón? El perdón es permitir que la otra persona no sea Dios. El perdón dice: "Yo sé que me amas, pero no hace falta que me ames incondicionalmente, porque ningún ser humano puede hacerlo". 

Todos tenemos heridas. Todos tenemos mucho dolor. La soledad está al acecho a pesar de todos nuestros éxitos; el sentimiento de inutilidad se esconde debajo de todos los elogios y la sensación de falta de sentido permanece aun cuando todos nos dicen que somos fantásticos. Esto hace que nos aferremos a que otros nos den el tipo de afecto y amor del que son incapaces. 

Si queremos que otras personas nos den algo que solo Dios puede darnos, nos volvemos un demonio. Decimos: "¡Ámame!" y antes de que nos demos cuenta, nos volvemos violentos, exigentes y manipuladores. Es muy importante que sigamos perdonándonos unos a otros, no de vez en cuando, sino en cada momento de la vida. 

Antes de tu desayuno has tenido al menos tres oportunidades para perdonar a la gente, ya que tu mente ya se está preguntando: ¿Qué pensarán de mí? ¿Qué hará él o ella? ¿Cómo me van a usar?

Una disciplina difícil es perdonar a los demás por su limitada capacidad de darte  amor. De la misma manera, seguir pidiendo perdón a los demás por darles solo  un poco de amor también es una disciplina difícil. Duele decirle a tus hijos, a tu esposa o a tu marido, a tus amigos, que no puedes darles todo lo que quisieras. Sin embargo, ahí es donde la comunidad empieza a crearse, cuando nos reunimos de manera comprensiva y poco exigente.

Aquí es donde entra en juego la segunda disciplina de la comunidad: la celebración. Si puedes perdonar que otra persona no te pueda dar lo que solo Dios puede darte, entonces puedes celebrar el don de esa persona. Después, puedes ver el amor que alguien te está dando como un reflejo del gran amor incondicional de Dios. "Amaos unos a otros, porque yo os he amado primero". Cuando hemos conocido ese primer amor, podemos ver el amor que la gente nos brinda como un reflejo del amor de Dios. Podemos celebrar y decir: “¡Guau! Esto es hermoso".

En nuestra comunidad Amanecer, tenemos que perdonar mucho. Pero junto con el perdón viene una celebración: vemos la belleza de las personas que muy a menudo son marginadas por la sociedad. Con el perdón y la celebración, la comunidad se convierte en el lugar donde surgen los dones de otras personas, los alentamos y decimos: "Tú eres un hijo amado”.

 Celebrar el don de otra persona no significa dar cumplidos: "¡Qué bien tocas el piano!", "¡Qué bonito cantas!". No, eso es un show de talentos.

Celebrar los dones de cada uno significa aceptar la humanidad de los demás. Nos vemos unos a otros como personas que pueden sonreír, comer, dar aunque sea unos pasos y quizá decir "Bienvenido". 

Entonces una persona que a ojos de los demás está incompleta o dañada, entre nosotros está llena de vida. Es a través de ellos que descubrimos nuestras propias heridas.

Esto es lo que quiero decir. En este mundo, muchas personas viven con la carga del autorechazo: "No soy bueno. Soy un inútil. La gente no se preocupa por mí. Si no tuviera dinero, no me hablarían. Si no tuviera este gran trabajo, no me llamarían. Si no tuviera esta influencia, no me amarían”. 

Detrás de una carrera exitosa y muy elogiada, puede vivir una persona temerosa que no piensa mucho de sí misma. En la comunidad existe esa vulnerabilidad mutua en la que perdonamos a los demás y celebramos cada uno de sus dones.

He aprendido mucho desde que llegué a Amanecer. He aprendido que mis verdaderos dones no son que escribo libros o que fui a la universidad. Mis verdaderos dones los descubrieron Janet, Nathan y otros que me conocen tan bien que no se dejan impresionar por estas otras cosas. A veces me dicen: "¿Te doy un buen consejo? ¿Por qué no lees un poco de tus propios libros?".

Hay sanidad al ser conocido en mi vulnerabilidad, impaciencia y debilidad. De repente me doy cuenta de que, para las personas que no leen libros y que no se preocupan por el éxito, Henri también es una buena persona. Estas personas me pueden perdonar constantemente por los gestos y comportamientos un poco egocéntricos que siempre están ahí.


El Ministerio

Todos los discípulos de Jesús son llamados al ministerio. En primer lugar, el ministerio no es algo que se hace (aunque te llama a hacer muchas cosas). El ministerio es algo en lo que tienes que confiar. Si sabes que eres amado, y continúas perdonando y celebrando los dones de aquellos que forman parte de tu comunidad, no puedes hacer otra cosa que ministrar.

Jesús curó a la gente sin hacer cosas complicadas. Un poder salía de él y curaba a todo el mundo. Él no dijo: "Deja que hablemos durante diez minutos, y tal vez pueda hacer algo al respecto”. Todos los que lo tocaban se curaban, ya que su poder salía de un corazón puro. Él quería una cosa: hacer la voluntad de Dios. Él fue el obediente absoluto, el que siempre escuchaba a Dios. Esto originó una intimidad con Dios que irradiaba a todas las personas que Jesús veía y tocaba.

Ministerio significa que tienes que confiar en eso. Tienes que confiar en que si eres hijo o hija de Dios, saldrá poder de ti y la gente será sanada.

"Sal y sana a los enfermos. Camina sobre la serpiente. Llama a los muertos a la vida”. No se trata de una pequeña plática. Sin embargo, Jesús dijo: "Haga lo que haga, tú también puedes hacerlo, incluso cosas más grandes”. Jesús dijo con precisión: "Fuiste enviado al mundo tal como yo lo fui: para sanar, para curar”.

Confía en ese poder sanador. Confía en que si estás viviendo como el amado, la gente sanará aunque no lo notes. Pero hay que ser fieles a ese llamado.

El ministerio de Sanidad se puede expresar en dos palabras: gratitud y compasión.

La sanidad sucede a menudo cuando guiamos a la gente hacia la gratitud, ya que el mundo está lleno de resentimiento. ¿Qué es el resentimiento? Ira. "Estoy enojado con él. Estoy enojado con esto. Esto no es como yo quiero". Poco a poco, hay más y más cosas en las que soy negativo, y pronto me convierto en una persona resentida.

El resentimiento hace que te aferres a tus fracasos o decepciones y que te quejes de las pérdidas en tu vida. Nuestra vida está llena de pérdidas (pérdidas de sueños, de amigos, familiares y esperanzas). Siempre existe el peligro de responder con resentimiento a estos increíbles dolores. El resentimiento endurece nuestro corazón.

Jesús nos llama a la gratitud. Nos dice: "Necio. ¿No sabías que el Hijo del Hombre (y tú, y nosotros) tuvo que sufrir y así entrar en la gloria? ¿No sabías que esos dolores eran dolores de parto que llevan a la alegría? ¿No sabías que todas las pérdidas que estamos viviendo son ganancia a los ojos de Dios? Aquellos que pierden su vida la ganarán. Y si el grano no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto”.

¿Puedes estar agradecido por todo lo que ha sucedido en tu vida? No solo las cosas buenas, sino por todo lo que te ha traído hasta el día de hoy. Fue el dolor de un hijo lo que creó una familia de personas conocidas como cristianos. Ese es el misterio de Dios.

Nuestro ministerio es ayudar a la gente para que poco a poco deje ir el resentimiento y descubra que en medio del dolor hay una bendición. Justo en medio de las lágrimas es donde se inicia la danza. La alegría es lo primero que se siente.

En este mundo de locura, hay una enorme diferencia entre los buenos y malos momentos, entre el dolor y la alegría. Pero a los ojos de Dios, nunca están separados. Donde hay dolor, hay sanidad. Donde hay luto, hay danza. Donde hay pobreza, está el reino.

Jesús dice: "Llora por tus dolencias y descubrirás que estoy allí mismo, en tus lágrimas, y estarás agradecido por mi presencia en tu debilidad". El ministerio significa ayudar a la gente a ser agradecida por la vida, incluso con dolor. La gratitud se puede enviar al mundo y precisamente a los lugares donde la gente está en dolor. El ministro, el discípulo de Jesús, va a donde hay dolor, no porque sea un sadomasoquista, sino porque Dios se hace presente en el dolor.

Jesús no dice: "Bienaventurados aquellos que se preocupan por los pobres". Más bien dice: "Bienaventurados los pobres. Bienaventurados los que están de luto. Bienaventurados los que tienen dolor. Ahí estoy". Para ministrar, tienes que estar donde está el dolor. A veces, el dolor se oculta en una persona que desde el exterior podría parecer exitosa o sin dolor alguno.

Compasión significa sufrir y vivir con los que sufren. Cuando Jesús vio a la mujer de Naín, se dio cuenta de que esta era una viuda que había perdido a su único hijo; y la compasión lo movió. Sintió el dolor de esa mujer en sus entrañas. Sintió en su espíritu un dolor tan profundo, que por compasión, llamó al niño a la vida para regresárselo a su madre.

Somos enviados a lugares donde hay pobreza, soledad y sufrimiento. Necesitamos valor para estar con ellos. Confía en que encontrarás el gozo de Jesús al ir a ese lugar donde hay dolor. Todos los ministerios de la historia se basan en esa visión. Un nuevo mundo nace de la compasión.

Sé compasivo como nuestro Padre celestial es compasivo. Es un gran llamado. Pero no seas miedoso, no temas. No digas: "No puedo hacerlo".

Cuando estás consciente de que eres la persona amada, y cuando tienes amigos a tu alrededor con los que vives en comunidad, puedes hacer cualquier cosa. No tienes miedo nunca más. No tienes miedo de tocar a la puerta de alguien que está muriendo. No tienes miedo de comenzar una discusión con una persona que, debajo de todo el brillo, tiene una gran necesidad de ser ministrado. ¡Eres libre!

Constantemente lo he experimentado. Cuando estaba deprimido, o cuando me sentía ansioso, sabía que mis amigos no lo podían resolver. Los que me ministraban eran aquellos que no tenían miedo de estar conmigo. Precisamente, cuando sentí mi pobreza, descubrí la bendición de Dios.

Hace apenas algunas semanas murió un amigo mío. Era un compañero de clase, y me enviaron el video de su funeral. La primera lectura en ese servicio fue una historia sobre un pequeño río. 

El pequeño río se dijo: "Puedo llegar a ser un gran río”. Trabajó duro, pero había una gran piedra. El río se dijo: "Voy a rodear esta piedra". El pequeño río empujó y empujó, y debido a que era muy fuerte, logró rodear la piedra.

Pronto, el río se enfrentó a una gran pared, y no dejaba de empujarla. Poco a poco, abrió un surco y trazó un camino. El río, que cada vez era más grande, se dijo: "Puedo hacerlo. Puedo empujar. No dejaré que nada me detenga".

Luego apareció un bosque enorme y se dijo: "Voy a seguir adelante y tiraré a estos tres árboles". Y lo logró.

El río, que ya era muy poderoso, se paró en el borde de un gran desierto, donde el sol pegaba con fuerza. El río se dijo: "Iré a través de este desierto". Pronto, la arena caliente comenzó a absorberlo. El río se dijo: "¡Oh, no! Pero voy a lograrlo. Saldré de este desierto”. Sin embargo, la arena lo absorbió rápidamente hasta que solo quedó un pequeño charco de barro.

Entonces, el río oyó una voz que venía de arriba: "Ríndete. Déjame levantarte. Déjame tomar el control”.  Entonces, el sol levantó al río y lo convirtió en una gran nube. Lo llevó sobre el desierto donde llovió e hizo ricos y fructíferos a los campos lejanos.

En nuestra vida, llega el momento en que  nos encontramos ante el desierto y queremos hacerlo nosotros mismos. Pero viene una voz: "Déjalo ir. Ríndete. Yo te haré fructífero. Sí, confía en mí. Entrégate a mí".

Lo que cuenta en tu vida y en la mía no son los éxitos, sino el fruto. Puede ser que no lo veas. El fruto de tu vida a menudo nace en tu dolor, en tu vulnerabilidad y en tus pérdidas. Viene después de que tu tierra ha sido arada. Dios quiere que seas fructífero.

La pregunta no es: "¿Cuánto puedo hacer en los años que me quedan todavía?". La pregunta es: "¿Cómo puedo prepararme para rendirme totalmente y que mi vida sea fructífera?".

Nuestras pequeñas vidas humanas son insignificantes. Pero a los ojos de Aquel que nos llama sus amados, somos grandiosos, más allá de los años que tenemos. Podemos confiar en que daremos fruto aunque no lo veamos mientras estemos en esta tierra.

La soledad, la comunidad y el ministerio, son disciplinas que nos ayudan a vivir una vida fructífera. Permanezcamos en Jesús, Él permanece en nosotros. Daremos mucho fruto, tendremos una gran alegría, y nuestro gozo será completo.



Preguntas de Reflexión

Soledad

 ¿Tienes espacio en tu vida para tener tiempo a solas con Dios? ¿Cuándo fue la última vez que tuvieron una plática íntima? ¿Qué te ha dicho últimamente?

Menciona cinco maneras en las que has comprobado en estas últimas semanas que tú eres el amado o la amada de Dios ….

Escribe tu agradecimiento por Su amor para ti. 

 

Comunidad

¿Quiénes forman parte de tu comunidad en casa? ¿Quiénes forman parte de tu comunidad en este viaje? Toma un momento para orar por ellos.

 ¿Hay alguien a quien necesitas perdonar antes de embarcarte en esta aventura? Toma el tiempo para escribirlo y pídele a Dios que te ayude a perdonarlo. 

¿En qué áreas de tu vida tienes dolores o heridas? ¿Cuáles ya ha sanado Dios? ¿Cuáles necesitas que Él sane todavía? Pídele a Dios que te ayude a sanar esta semana. Escríbelas y tenlas presente para compartirlas con otros cuando se presente la oportunidad.

 

Ministerio

¿Que necesitas entregarle a Dios para estar 100% a su servicio? ¿En qué áreas de tu vida te cuesta confiar en Él? ¿Cómo te puedes preparar para que tu vida esté al servicio del Señor y tenga mucho fruto? 

A veces el Señor nos pide que hagamos cosas difíciles o cosas que pensamos que no podemos hacer. Esta semana tendrás muchas oportunidades y en cada una tendrás que decidir si le haces caso a Dios o si te quedas sin hacer nada. Haz un compromiso con Dios de tratar de ser disciplinado en estas tres áreas: tu tiempo a solas con Él, el compromiso con tu comunidad y el estar dispuesto a que Dios te use, recordando que gracias a Su amor por nosotros estamos aquí.

 

Ten grandes expectativas, servimos a un Dios muy grande. ¡Sus planes SIEMPRE son mejores que los nuestros! 

Memoriza 1 Corintios 2:9


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